Preludio de la gota de agua, Chopin


En el mes de octubre de 1838, la famosa y rebelde escritora Aurora Dupin conocida como George Sand, acompañada de sus dos hijos Solange y Mauricio, emprendieron el viaje a Mallorca. En Perpignan se les uniría Federico Chopin, y desde Barcelona viajarían en barco hasta la isla.

Habitaré en un maravilloso claustro, en el más hermoso lugar del mundo”había escrito premonitoriamente Chopin a su amigo Julián Fontana, al que escribe el 15 de noviembre: 

“Aquí luce el Sol durante todo el día; las gentes van vestidas como en verano, hace calor, y, durante la noche, se oyen sonidos de guitarras y voces que cantan horas y horas… Aquí me tienes en Palma, entre palmeras, cedros, cactus, olivos, áloes, limoneros, naranjos, higueras, granados… Grandes balcones y emparrados, arquitectura árabe… Junto a tantas bellezas me siento mejor…”

En un principio se alojaron en el centro de la ciudad, después en Sont Vent una casa de campo, pero pronto por la isla corrió el rumor de la tuberculosis del músico y abandonaron la casa de campo para refugiarse en la Cartuja de Valldemosa.
En este lugar Chopin compuso maravillosos preludios, El n.º 15 de su Opus 28, titulado más tarde “Preludio de la gota de agua” es uno de los más conocidos. Expresa, sentimientos profundos, se puede adivinar el insistente percutir de una gota de agua sobre su enervado espíritu.

La propia, George Sand nos narra detalles de esos días en la Cartuja.

“… Allí compuso las más hermosas de esas piezas breves que él humildemente llamaba preludios. Son obras maestras… algunos son de una tristeza lúgubre y, al tiempo que complacen el oído, destrozan el corazón. Hay uno que compuso en una velada de lluvia melancólica y que echa sobre el alma un pesar temeroso. Sin embargo, ese día Mauricio y yo lo habíamos dejado muy bien y nos fuimos a Palma a comprar algunas cosas que hacían falta en nuestro retiro. Vino la lluvia y los torrentes se desbordaron; hicimos tres leguas en seis horas para volver en medio de la inundación y llegamos en plena noche, descalzos, habiendo corrido peligros inenarrables. Nos dimos prisa, pensando en la intranquilidad de nuestro enfermo. Estaba en pie, pero se había limitado a una especie de desesperación apagada y, cuando llegamos, tocaba su maravilloso piano llorando… Cuando nos vio entrar se levantó con un gran grito y después nos dijo con aspecto conturbado y en un tono muy extraño.
¡Ah, yo ya sabía que habían muerto!


La música llena de gotas de lluvia, convertidas en lágrimas que la Sand escuchó esa noche, habrá sido, probablemente, la versión revisada, corregida y final del Preludio N.º 15.

Para escuchar pinchar el enlace.




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